Bazan Pardo
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"Se ha considerado siempre a "" La Tribuna "" como la novela en que Emilia Pardo Bazán ensaya la nueva técnica naturalista. No en vano aparece el mismo año que su defensa ardiente en "" La cuestión palpitante "" . En ella el obrero, como capa social bien determinada, con sus connotaciones políticas y sociales, aparece por primera vez en el panorama novelístico español. La crisis marcada por la Revolución de 1868, la emancipación de la mujer trabajadora, las reivindicaciones laborales del incipiente proletariado, etcétera, constituyen la atmósfera espiritual que envuelve el mundo narrativo de esta obra."
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Emilia Pardo Bazán reivindicó un "naturalismo" autóctono, de carácter castizo y propio de la literatura española. "Los pazos de Ulloa" es una muestra de esta convicción y su obra más destacada. Como otras novelas europeas del cambio de siglo, es la saga de una clase social en decadencia: la aristocracia rural gallega. Dramáticas escenas entre personajes trazados con fuerza, descripciones intensas de una estructura política corrupta, alternan con las evocaciones del campo. Novela regional, pero no regionalista, no se limita en sus implicaciones a una región elegida por su pintoresquismo, sino que se inspira en esa ambientación para hacernos una declaración universal de la época.
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Leer en español : Bella Flores ; 5e
Fernán Caballero, Emilia Pardo Bazan
- Harrap's
- Leer En Espanol
- 19 August 2020
- 9782818708385
Idéal pour lire en VO un classique de la littérature espagnole. A découvrir : un texte en espagnol adapté et revu par des enseignants, de belles illustrations, un lexique en fin d'ouvrage pour aider à la compréhension du texte et une version audio pour s'imprégner du bon accent. Idéal pour des élèves de 5e.
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Publié en 1886, Le Château d'Ulloa est le chef-d'oeuvre du roman naturaliste espagnol, et une peinture terrible de la décadence du monde rural galicien et de l'aristocratie. Don Pedro Moscoso, marquis d'Ulloa, un gentilhomme campagnard de Galice,vit une existence primitive et pleine d'une sensualité élémentaire,dans l'isolement de son domaine. Un jeune chapelain nouvellement arrivé au château, Julian, tente de le sortir de cette féodalité archaïque. Don Pedro, qui espère un héritier légitime, se marie avec une femme de la ville, Nucha, et le prêtre a l'impression qu'une vie nouvelle commence pour son protecteur. Mais après la naissance d'une fille, le marquis reprend sa liaison avec Sabel, sa servante, dont il a déjà un fils, et retombe sous la coupe du père de celle-ci, le sinistre Primitivo, qui le vole et flatte son orgueil, sa paresse et ses vices. Dans un climat au tellurisme fascinant, le roman développe le conflit entre instincts et morale, paganisme et religion, pessimisme chrétien et traditionalisme désuet, forces magiques ou sournoises de la nature et fragilité de l'homme.
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Micaelita Aránguiz, jeune fille appartenant à la grande bourgeoisie galicienne, très amoureuse de son fiancé, répond pourtant « non » devant l´autel. Que s´est-il passé ? Lu et étudié dans les collèges et lycées, ce texte dénonçant de façon extrêmement subtile les violences faites aux femmes est en Espagne un grand classique.
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Dans ces 21 textes, la grande nouvelliste espagnole s'interroge sur la violence contre les femmes sous toutes ses formes : physique, psychologique, morale, judiciaire, sociale. Sa plume directe et franche - teintée toutefois de l'humour et de l'ironie qui la caractérisent - évoque la brutalité, la jalousie et le despotisme, brosse le portrait de femmes victimes des hommes, parfois aussi d'elles-mêmes, fait le procès d'une société leur offrant peu d'horizons et condamnant durement leurs erreurs.
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Le naturalisme / par Emilia Pardo Bazan http://gallica.bnf.fr/ark:/12148/bpt6k96271b
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Ce recueil présente 26 nouvelles inédites, publiées entre 1891 et 1909. L'écrivaine espagnole se trouve alors au fait de sa célébrité en tant que romancière, ce qui lui permet d'approfondir le récit court, genre qu'elle affectionne particulièrement et dont elle est encore maintenant la meilleure représentante en Espagne. Les histoires ici racontées explorent tous les aspects de l'amour : amour-passion, amour-compassion, désamour, amour à tout âge, amour pour un inconnu, amour au-delà de la mort⦠sans oublier l'infidélité et la violence amoureuse.
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Fuera, llueve: lluvia blanda, primaveral. No es tristeza lo que fluye del cielo; antes bien, la hilaridad de un juego de aguas pulverizandose con refrescante goteo menudo. Dentro, en la paz de una velada de pueblo tranquilo, se intensifica la sensación de calmoso bienestar, de tiempo sobrante, bajo la luz de la lampara, que proyecta sobre el hule de la mesa un redondel anaranjado.
La claridad da de lleno en un objeto maravilloso. Es una placa cuadrilonga de unos diez centimetros de altura. En relieve, campea destacandose una figurita de mujer, ataviada con elegancia fastuosa, a la moda del siglo XV. Cara y manos son de esmalte; el ropaje, de oros cincelados y también esmaltados, se incrusta de minúsculas gemas, de pedreria refulgente y diminuta como puntas de alfiler. En la túnica, traslucen con vitreo reflejo los carmesies; en el manto, los verdes de esmaragdita. Tendido el cabello color de miel por los hombros, rodea la cabeza diadema de diamantillos, sólo visibles por la chispa de luz que lanzan. La mano derecha de la figurita descansa en una rueda de oro obscuro, erizada de puntas, como el lomo de un pez de aletas erectas. Detras, una arquitectura de finisimas columnas y capitelicos aureos.
En sillones forrados de yute destenido, ocupan puesto alrededor de la mesa tres personas. Una mujer, joven, pelinegra, envuelta en el crespón inglés de los lutos rigurosos. Un vejezuelo vivaracho, seco como una nuez. Un sacerdote cincuentón, relleno, con sotana de mucho reluz, tersa sobre el esternón bombeado. -
Las cuatro de la tarde ya y aún no se ha levantado un soplo de brisa. El calor solar, que agrieta la tierra, derrite y liquida a los negruzcos segadores encorvados sobre el mar de oro de la mies sazonada. Uno sobre todo, Selmo, que por primera vez se dedica a tan ruda faena, siéntese desfallecer: el sudor se enfria en sus sienes y un vértigo paraliza su corazón.
¡Ay, si no fuese la vergüenza! ¡Qué diran los companeros si tira la hoz y se echa al surco!
Ya se han reido de él a carcajadas porque se abalanzó al botijón vacio que los demas habian apurado...
Maquinalmente, el brazo derecho de Anselmo baja y sube; reluce la hoz, aplomando mies, descubriendo la tierra negra y requemada, sobre la cual, al desaparecer el trigo que las amparaba, languidecen y se agostan aprisa las amapolas sangrientas y la manzanilla de acre perfume. La terca voluntad del segadorcillo mueve el brazo; pero un sufrimiento cada vez mayor hace doloroso el esfuerzo.
Se asfixia; lo que respira es fuego, lluvia de brasas que le calcina la boca y le retuesta los pulmones. ¿A que se deja caer? ¿A que rompe a llorar? Timidamente, a hurtadas, como el que comete un delito, se dirige al segador mas próximo:
-¿No trairan agua? Tú, di, ¿no trairan?
-¡Suerte has tenido, borrego! Ahi viene justo con ella La Sordica...
Anselmo alza la cabeza, y, a lo lejos sobre un horizonte de un amarillo anaranjado, cegador, ve recortarse la figura airosa de la mozuela, portadora del odre, cuya sola vista le refrigera el alma. -
EL HÉROE.- (Deteniéndose en el umbral de la gloria.) Senor de cielos y tierra, ¿es verdad que voy a entrar en la mansión de los escogidos? Apenas me atrevo a creer tamana ventura. ¿Cuales han sido mis merecimientos, Senor, para que te dignes mirar con indulgencia a tu siervo? ¿Yo en la gloria? ¿Yo entre santos, martires, confesores y virgenes, tronos, jerarquias, potestades y dominaciones?
VOZ DEL ESPÍRITU DE DIOS.- (Que sale de una ardiente nube.) No estaras entre los santos, ni entre los virgenes, porque no lo eres. Entre los martires y confesores bien podrias, pues algún martirio padeciste y algunas veces me confesaste. Si sólo los santos entrasen en el cielo, muy solitaria se hallaria mi mansión. La santidad, como el genio luminoso y la belleza soberana, es patrimonio de pocos. ¿Has imaginado tú que Yo crie, perfeccioné y redimi al género humano para destinarle a condenación eterna, verle retorcerse en el fuego del Purgatorio o aullar en los braseros del Infierno?
EL HÉROE.- (Transportado de alegria.) Senor, es cierto que si pequé, mi corazón no es el de un malvado. Yo deseaba guardar tus mandamientos, aunque no los he guardado siempre, y en Ti he creido y esperado con firmeza. Nunca, aun en medio de las pruebas que te dignaste enviarme, se entregó mi alma a la negra desesperación, ni osó desconfiar de Tu providencia, ni censurar Tu obra, ni renegar del don precioso de la vida que otorgaste a Tus criaturas. No te servi con el celo y fervor que debiera, pero Tú sabes que no he sido impio. Sin embargo, estoy confuso... Nada hice bueno, y algo malo si... ¡Algo muy malo!...
VOZ DEL ESPÍRITU.- (Suave, armoniosa y musical, como si brotase de los registros mas delicados de un órgano.) Has amado mucho. Recuerda que a quien mucho ama, mucho se le perdona. Tu corazón fue un foco de ternura. Eres el Padre, por otro nombre el Pelicano. En tus parpados hay huellas de llanto y senales de prolongadas vigilias. En tus manos no veo ni oro ni jirones de honra. Ábrelas... Estan vacias. En una de ellas... -
-Hoy es un dia muy senalado y una noche en que no se debe cenar solo -dijo Rosalbez, el banquero, a su amigo el joven conde Planelles, a quien encontró casualmente en su misma calle, casi frente al suntuoso palacio. Usted es soltero, no tendra quiza comprometida la cena... Si quiere hacernos el obsequio de aceptar..., a las ocho en punto... Yo apenas cenaré: me siento malucho del estómago; usted despachara mi parte...
-Mil gracias, y aceptado -respondió cordialmente el conde-. Pensaba cenar con unos cuantos en el Nuevo Club. Les aviso, y en paz... Aunque casi no era necesario avisarlos: al no verme alli...
-¡Perfectamente! Hasta luego -murmuró Rosalbez, saltando a su berlinita, que le aguardaba para llevarle, como todos los dias, a una plazuela, y de alli, a pie, a cierta casa, hasta la cual no le convenia que llegase el coche.
Era el secreto de Polichinela, como dicen nuestros vecinos los franceses; nadie ignoraba en Madrid que Rosalbez protegia a aquella rasgada moza, Lucia la Cordobesa, de tanta gracia y garabato, y que el entretenimiento le salia carisimo: el que lo tiene lo gasta.
Ha de saberse que Rosalbez, el opulento, habia llegado a los cincuenta y seis anos, y empezaba a cambiar sensiblemente de genio y de gusto. En otro tiempo no necesitaba la nota afectuosa en sus relaciones con mujeres: sólo exigia que le divirtiesen un instante. Ahora, sin duda, el desgaste fisico de la edad reblandecia sus entranas, y lo que buscaba era agrado tranquilo, el halago suave de un mimo filial. Su hija verdadera, Fanny, le demostraba un respeto helado, una obediencia pasiva y mecanica, y Rosalbez aspiraba a encontrar en la Cordobesa espontaneidad, calor amoroso, algo distinto, algo que removiese ceniza y alzase suaves llamas. Con esta esperanza y este deseo, llamaba a su puerta el dia de Navidad.
Lucia estaba en su tocador. Vestia una bata de franela rosa. La doncella, que le recogia con ancho peine la magnifica mata de pelo ondulado, de un negro azabache, al ver entrar al protector retiróse discretamente. -
Nupcias, se notaba alli que el séquito de la novia lo componian hembras, y sólo individuos del sexo fuerte formaban el del novio. Advertiase asimismo gran diferencia entre la condición social de uno y otro cortejo. La escolta de la novia, mucho mas numerosa, parecia poblado hormiguero: viejas y mozas llevaban el sacramental traje de negra lana, que viene a ser como uniforme de ceremonia para la mujer de clase inferior, no exenta, sin embargo, de ribetes senoriles: que el pueblo conserva aun el privilegio de vestirse de alegres colores en las circunstancias regocijadas y festivas. Entre aquellas hormigas humanas habialas de pocos anos y buen palmito, risuenas unas y alborotadas con la boda, otras quejumbrosicas y encendidos los ojos de llorar, con la despedida. Media docena de maduras duenas las autorizaban, sacando de entre el velo del manto la nariz, y girando a todas partes sus pupilas llenas de experiencia y malicia. Todo el racimo de amigas se apinaba en torno de la nueva esposa, manifestando la pueril y avida curiosidad que despierta en las multitudes el espectaculo de las situaciones supremas de la existencia. Se estaban comiendo a miradas a la que mil veces vieran, a la que ya de memoria sabian: a la novia, que con el traje de camino se les figuraba otra mujer, diversisima de la conocida hasta entonces. Contaria la heroina de la fiesta unos diez y ocho anos: aparentaba menos, atendiendo al mohin infantil de su boca y al redondo contorno de sus mejillas, y mas, consideradas las ya florecientes curvas de su talle, y la plenitud de robustez y vida de toda su persona.
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Fuera, llueve: lluvia blanda, primaveral. No es tristeza lo que fluye del cielo; antes bien, la hilaridad de un juego de aguas pulverizandose con refrescante goteo menudo. Dentro, en la paz de una velada de pueblo tranquilo, se intensifica la sensación de calmoso bienestar, de tiempo sobrante, bajo la luz de la lampara, que proyecta sobre el hule de la mesa un redondel anaranjado.
La claridad da de lleno en un objeto maravilloso. Es una placa cuadrilonga de unos diez centimetros de altura. En relieve, campea destacandose una figurita de mujer, ataviada con elegancia fastuosa, a la moda del siglo XV. Cara y manos son de esmalte; el ropaje, de oros cincelados y también esmaltados, se incrusta de minúsculas gemas, de pedreria refulgente y diminuta como puntas de alfiler. En la túnica, traslucen con vitreo reflejo los carmesies; en el manto, los verdes de esmaragdita. Tendido el cabello color de miel por los hombros, rodea la cabeza diadema de diamantillos, sólo visibles por la chispa de luz que lanzan. La mano derecha de la figurita descansa en una rueda de oro obscuro, erizada de puntas, como el lomo de un pez de aletas erectas. Detras, una arquitectura de finisimas columnas y capitelicos aureos. -
Rendido ya de lo mucho que se prolongara la consulta aquella tarde tan gris y melancólica del mes de marzo, el Doctor Moragas se echó atras en el sillón; suspiró arqueando el pecho; se atusó el cabello blanco y rizoso, y tendió involuntariamente la mano hacia el último número de la Revue de Psychiatrie, intonso aún, puesto sobre la mesa al lado de cartas sin abrir y periódicos fajados. Mas antes de que deslizase la plegadera de marfil entre las hojas del primer pliego, abriose con estrépito la puerta frontera a la mesa escritorio, y saltando, rebosando risa, batiendo palmas, entró una criatura de tres a cuatro anos, que no paró en su vertiginosa carrera hasta abrazarse a una pierna del Doctor.
-¡Nené! -exclamó él alzandola en vilo-. ¡Si aún no son las dos! A ver cómo se larga usted de aqui. ¿Quién la manda venir mientras esta uno ocupado?
Reia a mas y mejor la chiquilla. Su cara era un poema de júbilo. Sus ojuelos, guinados con picardia deliciosa, negros y vivos, contrastaban con la finura un tanto clorótica de la tez. Entre sus labios puros asomaba la lengüecilla color de rosa. El rubio y laso cabello le tapaba la frente y se esparcia como una madeja de seda cruda por los hombros. Al levantarla el Doctor, ella pugnó por mesarle las barbas o el pelo, provocando el regano cómico que siempre resultaba de atentados por el estilo. -
Nunca podra decirse que la infeliz Eva omitió ningún medio licito de zafarse de aquel tunantuelo de Amor, que la perseguia sin dejarle punto de reposo.
Empezó poniendo tierra en medio, viajando para romper el hechizo que sujeta al alma a los lugares donde por primera vez se nos aparece el Amor. Precaución inútil, tiempo perdido; pues el picaro rapaz se subió a la zaga del coche, se agazapó bajo los asientos del tren, mas adelante se deslizó en el saquillo de mano, y por último en los bolsillos de la viajera. En cada punto donde Eva se detenia, sacaba el Amor su cabecita maliciosa y le decia con sonrisa picaresca y confidencial: No me separo de ti. Vamos juntos.
Entonces Eva, que no se dormia, mandó construir altisima torre bien resguardada con cubos, bastiones, fosos y contrafosos, defendida por guardias veteranos, y con rastrillos y macizas puertas chapeadas y claveteadas de hierro, cerradas dia y noche. Pero al abrir la ventana, un anochecer que se asomó agobiada de tedio a mirar el campo y a gozar la apacible y melancólica luz de la luna saliente, el rapaz se coló en la estancia; y si bien le expulsó de ella y colocó rejas dobles, con agudos pinchos, y se encarceló voluntariamente, sólo consiguió Eva que el amor entrase por las hendiduras de la pared, por los canalones del tejado o por el agujero de la llave.
Furiosa, hizo tomar las grietas y calafatear los intersticios, creyéndose a salvo de atrevimientos y demasias; mas no contaba con lo ducho que es en tretas y picardihuelas el Amor. El muy maldito se disolvió en los atomos del aire, y envuelto en ellos se le metió en boca y pulmones, de modo que Eva se pasó el dia respirandole, exaltada, loca, con una fiebre muy semejante a la que causa la atmósfera sobresaturada de oxigeno. -
Un paisajista seria capaz de quedarse embelesado si viese aquel molino de la aldea de Tornelos. Caido en la vertiente de una montanuela, dabale alimento una represa que formaba lindo estanque natural, festoneado de canas y poas, puesto, como espejillo de mano sobre falda verde, encima del terciopelo de un prado donde crecian aureos ranúnculos y en otono abrian sus corolas moradas y elegantes lirios. Al otro lado de la represa habian trillado sendero el pie del hombre y el casco de los asnos que iban y volvian cargados de sacas, a la venida con maiz, trigo y centeno en grano, al regreso, con harina oscura, blanca o amarillenta. ¡Y qué bien componia, coronando el rústico molino y la pobre casuca de los molineros, el gran castano de horizontales ramas y frondosa copa, cubierto en verano de palida y desmelenada flor; en octubre de picantes y reventones erizos! ¡Cuan gallardo y majestuoso se perfilaba sobre la azulada cresta del monte, medio velado entre la cortina gris del humo que salia, no por la chimenea -pues no la tenia la casa del molinero, ni aun hoy la tienen muchas casas de aldeanos de Galicia-, sino por todas partes; puertas, ventanas, resquicios del tejado y grietas de las desmanteladas paredes!
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Cuando la razapa entró, cargada con el haz de lena que acababa de merodear en el monte del senor amo, el tio Clodio no levantó la cabeza, entregado a la ocupación de picar un cigarro, sirviéndose, en vez de navaja, de una una córnea, color de ambar oscuro, porque la habia tostado el fuego de las apuradas colillas.
Ildara soltó el peso en tierra y se atusó el cabello, peinado a la moda de las senoritas y revuelto por los enganchones de las ramillas que se agarraban a él. Después, con la lentitud de las faenas aldeanas, preparó el fuego, lo prendió, desgarró las berzas, las echó en el pote negro, en compania de unas patatas mal troceadas y de unas judias asaz secas, de la cosecha anterior, sin remojar. Al cabo de estas operaciones, tenia el tio Clodio liado su cigarrillo, y lo chupaba desgarbadamente, haciendo en los carrillos dos hoyos como sumideros, grises, entre el azuloso de la descuidada barba Sin duda la lena estaba húmeda de tanto llover la semana entera, y ardia mal, soltando una humareda acre; pero el labriego no reparaba: al humo ¡bah!, estaba él bien hecho desde nino. Como Ildara se inclinase para soplar y activar la llama, observó el viejo cosa mas insólita: algo de color vivo, que emergia de las remendadas y encharcadas sayas de la moza... Una pierna robusta, aprisionada en una media roja, de algodón... -
Mientras residi en la corte desempenando mi modesto empleo de doce mil en las oficinas de Hacienda, pocas noches recuerdo haber faltado al paraiso del teatro Real. La módica suma de una peseta cincuenta, sin contrapeso de gasto de guantes ni camisa planchada -porque en aquella penumbra discreta y bienhechora no se echan de ver ciertos detalles-, me proporcionaba horas tan dulces, que las cuento entre las mejores de mi vida.
Durante el acto, inclinado sobre el antepecho o sobre el hombro del prójimo, con los ojos entornados, a fuer de dilettante cabal, me dejaba penetrar por el goce exquisito de la música, cuyas ondas me envolvian en una atmósfera encantada. Habia óperas que eran para mi un continuo transporte: Hugonotes, Africana, Puritanos, Fausto, y cuando fue refinandose mi inteligencia musical, El Profeta, Roberto, Don Juan y Lohengrin. Digo que cuando se fue refinando mi inteligencia, porque en los primeros tiempos era yo un porro que disfrutaba de la música neciamente, a la buena de Dios, ignorando las sutiles e intrincadas razones en virtud de las cuales debia gustarme o disgustarme la ópera que estaba oyendo. Hasta confieso con rubor que empecé por encontrar sumamente agradables las partituras italianas, que preferi lo que se pega al oido, que fui admirador de Donizetti, amigo de Bellini, y aun me dejé cazar en las redes de Verdi. Pero no podia durar mucho mi insipiencia; en el paraiso me rodeaba de un claustro pleno de doctores que ponian catedra gratis, pereciéndose por abrir los ojos y ensenar y convencer a todo bicho viviente. Mi rincón favorito y acostumbrado, hacia el extremo de la derecha, era, por casualidad, el mas frecuentado de sabios; la facultad salmantina, digamoslo asi, del paraiso. Alli se derramaba ciencia a borbotones y, al calor de las encarnizadas disputas, se desasnaban en seguida los novatos. Detras de mi solia sentarse Magrujo, revistero de El Harpa -periódico semiclandestino-, cuyo suspirado y jamas cumplido ideal era una butaca de favor, para darse tono y lucir cierto frac picado de polilla y asaz anticuado de corte. A este Magrujo competia ilustrarnos acerca de si las entradas y salidas de los cantantes iban como Dios manda; y desempenaba su cometido como un gerifalte, por mas que una noche le pusieron en visible apuro preguntandole qué cosa era un semitono y en qué consistia el intringulis de cantar sfogatto. A mi izquierda -
El dia era radiante. Sobre las margenes del rio flotaba desde el amanecer una bruma sutil, argéntea, pronto bebida por el sol.
Y como el luminar iba picando mas de lo justo, los expedicionarios tendieron los manteles bajo unos olmos, en cuyas ramas hicieron toldo con los abrigos de las senoras. Abriéronse las cestas, salieron a luz las provisiones, y se almorzó, ya bastante tarde, con el apetito alegre e indulgente que despiertan el aire libre, el ejercicio y el buen humor. Se hizo gasto del vinillo del pais, de sidra achampanada, de licores, servidos con el café que un remero calentaba en la hornilla.
La jira se habia arreglado en la tertulia de la registradora, entre exclamaciones de gozo de las senoritas y senoritos que disfrutaban con el juego de la loteria y otras igualmente inocentes inclinaciones del corazón no menos licitas. Cada parejita de tórtolos vio en el proyecto de la excelente senora el agradable porvenir de un rato de expansión; paseo por el rio, encantadores apartes entre las espesuras floridas de Penamoura. El mas contento fue Cesareo, el hijo del mayorazgo de Sanin, perdidamente enamorado de Candelita, la graciosa, la seductora sobrina del arcipreste.
Aquel era un amor, o no los hay en el mundo. No correspondido al principio, Cesareo hizo mil extremos, al punto de enfermar seriamente: desarreglos nerviosos y gastricos, pérdida total del apetito y sueno, pasión de animo con vistas al suicidio. Al fin se ablandó Candelita y las relaciones se establecieron, sobre la base de que el rico mayorazgo dejaba de oponerse y consentia en la boda a plazo corto, cuando Cesareo se licenciase en Derecho. La muchacha no tenia un céntimo, pero... ¡ya que el muchacho se empenaba! ¡Y con un empeno tan terco, tan insensato! -
Los últimos frios del invierno ceden el paso a la estación primaveral, y algo de fluido germinador flota en la atmósfera y sube al purisimo azul del firmamento. La gente, volviendo de misa o del matinal correteo por las calles, asalta en la Puerta del Sol el tranvia del barrio de Salamanca. Llevan las senoras sencillos trajes de manana; la blonda de la mantilla envuelve en su penumbra el brillo de las pupilas negras; arrollado a la muneca, el rosario; en la mano enguantada, ocultando el puno del encas, un haz de lilas o un cucurucho de dulces, pendiente por una cintita del dedo menique. Algunas van acompanadas de sus ninos: ¡y qué ninos tan elegantes, tan bonitos, tan bien tratados! Dan ganas de comérselos a besos; entran impulsos invencibles de juguetear, enredando los dedos en la ondeante y pesada guedeja rubia que les cuelga por las espaldas.
En primer término, casi frente a mi, descuella un bebé de pocos meses. No se ve en él, aparte de la carita regordeta y las rosadas manos, sino encajes, tiras bordadas de ojetes, lazos de cinta, blanco todo, y dos bolas envueltas en lana blanca también, bolas impacientes y danzarinas que son los piececillos. Se empina sobre ellos, pega brincos de gozo, y cuando un caballero cuarentón que va a su lado -probablemente el papa- le hace una carantona o le enciende un fósforo, el mamón se rie con toda su boca de viejo, babosa y desdentada, irradiando luz del cielo en sus ojos puros. Mas alla, una nina como de nueve anos se arrellana en postura desdenosa e indolente, cruzando las piernas, luciendo la fina canilla cubierta con la estirada media de seda negra y columpiando el pie calzado con zapato inglés de charol. La futura mujer hermosa tiene ya su dosis de coqueteria; sabe que la miran y la admiran, y se deja mirar y admirar con oculta e intima complacencia, haciendo un mohin equivalente a Ya sé que os gusto; ya sé que me contemplais. Su cabellera, apenas ondeada, limpia, igual, frondosa, magnifica, la envuelve y la rodea de un halo de oro, flotando bajo el sombrero ancho de fieltro, nubado por la gran pluma gris. Apretado contra el pecho lleva envoltorio de papel de seda, probablemente algún juguete fino para el hermano menor, alguna sorpresa para la mama, algún lazo o mono que la impulsó a adquirir su tempranera presunción. Mas alla de este capullo cerrado va otro que se entreabre ya, la hermana tal vez, linda criatura como de veinte anos, tipo afinado de morena madrilena, sencillamente vestida, tocada con una capotita casi invisible, que realza su perfil delicado y serio. No lejos de ella, una matrona arrogante, recién empolvada de arroz, baja los ojos y se reconcentra como para sonar o recordar. -
El dia que encontré esta leyenda en una crónica franciscana, cuyas hojas amarillentas soltaban sobre mis dedos curiosos el polvillo finisimo que revela los trabajos de la polilla, quedéme un rato meditabunda, discurriendo si la historia, que era edificante para nuestros sencillos tatarabuelos, parecia escandalosa a la edad presente. Porque hartas veces observo que hemos crecido, si no en maldad, al menos en malicia, y que nunca un autor necesitó tanta cautela como ahora para evitar que subrayasen sus frases e interpreten sus intenciones y tomen por donde queman sus relatos inocentes. Asi todos andamos recelosos y, valga esta propia metafora, barba sobre el hombro, de miedo de escribir algo pernicioso y de incurrir en grandisima herejia.
Pero acontece que si llega a agradarnos o a producirnos honda impresión un asunto, no nos sale ya facilmente de la cabeza, y diriase que bulle y se revuelve alli cula el feto en las maternas entranas, solicitando romper su carcel oscura y ver la luz. Asi yo, desde que lei la historia milagrosa que - escrúpulos a un lado- voy a contar, no sin algunas variantes, vivi en compania de la heroina, y sus aventuras se me aparecieron como serie de vinetas de misal, rodeadas de orlas de oro y colores caprichosamente iluminadas, o a modo de vidriera de catedral gótica, con sus personajes vestidos de azul turqui, púrpura y amaranto. ¡Oh, quién tuviese el candor, la hermosa serenidad del viejo cronista para empezar diciendo: ¡En el nombre del Padre...! -
La caravana se alejó, dejando al camellero enfermo abandonado al pie del pozo.
Alli las caravanas hacen alto siempre, por la fama del agua, de la cual se refieren mil consejas. Según unos, al gustarla se restaura la energia; según otros, hay en ella algo terrible, algo siniestro.
Los devotos de Ali, yerno y continuador de la obra religiosa y politica de Mohamed, profesan respeto especial a este pozo; dicen que en él apagó su sed el generoso y desventurado principe, en el dia de su decisiva victoria contra las huestes de su jurada enemiga Aixa o Aja, viuda del Profeta. Como no ignoran los fieles creyentes, en esta batalla cayó del camello que montaba la profetisa, y fue respetada y perdonada por Ali, que la mandó conducir a La Meca otra vez. Aseguran que de tal episodio histórico procede la discusión sobre las cualidades del agua del Pozo de la Vida. Es fama que Aixa la ilustre, una de las cuatro mujeres incomparables que han existido en el mundo, al acercar a sus labios el agua cuando la llevaban prisionera y vencida, aseguró que tenia insoportable sabor.
El camellero no pensaba entonces en el gusto del agua. Miraba desvanecerse la nube de polvo de la caravana alejandose, y se veia como naufrago en el mar de arena del desierto.
Verdad que el pozo se encontraba enclavado en lo que llaman un oasis; diez o doce palmeras, una reducida construcción de yeso y ladrillo destinada a bebedero de los camellos y albergue mezquino y transitorio para los peregrinos que se dirigian a la mezquita lejana; a esto se reducia el oasis solitario. Devorado por la calentura, que secaba la sangre en sus venas, el camellero, frugal y sobrio siempre, ahora apenas se acercaba al alimento, a las provisiones de harina y datiles. Su sostén era el agua del pozo.